sábado, 19 de diciembre de 2009

Día de la esperanza, día de la desilusión

Ayer era día 18 de diciembre, el día de la esperanza. Si, pero hay días que es mejor no levantarse...

Todo se torció nada más llegar a trabajar, gente que no va, que llega más tarde, y el trabajo de tres para mí sola (pero que ansiosa que soy...). El día se entristece, y comienza a llover. Me quiero ir a desayunar, pero como estoy más sola que la una, me tengo que esperar. Cuando salgo, el cielo se cae a trozos, abro el paraguas y en un bote me planto en la cafetería. Me tomo mis tostadas en dos minutos y vuelta a la oficina.

Antes de entrar, tengo una visión celestial, pero como resulta que estoy en la dichosa jefatura de marras, me pongo nerviosa perdida y salgo por patas para variar. Que odioso es no sentirse libre.

Cuando llego recibo una llamada, que termina por dejarme el ánimo por los suelos, y aunque no es oficial, no puedo evitar entristecerme: algo por lo que había luchado, se diluía con el agua del cielo...

Llega la hora de irme, salgo pitando, no sin antes ponerme como una sopa. Llego a casa, hago la maleta, y salgo corriendo, no sin antes volver a ponerme como una sopa.

Cojo el autobus, y de camino para Córdoba. Sale tarde, y a mitad de camino me llama un amigo, le cuento mis novedades, se me escapa una lágrima y le contagio mi preocupación. Me tranquiliza, aún no sabemos nada oficial...

Mientras oigo la forma de querer de Ricardo Arjona, el cansancio hace mella en mi y me quedo dormida, mientras me acurruco contra el frío cristal. Cuando despierto, estamos casi en Córdoba, llueve lo inllovible, veo un trailer colgado de un puente y un lío tremendo de grúas, policías y demás...

No veo la hora de bajarme del bus, corro a por el billete a Granada, me paro a comprar bolas de chocolate, y ala, de vuelta a esperar al bus.

Mientras esperamos muertos de frío, porque parece que se retrasa la salida, una chica no pasa de quejarse a todos los que estamos allí: que si no ponen pelis, que si llegan tarde, que si no hay baño... Yo a mi bola, y nunca mejor dicho, porque empiezo a darle a las bolas de chocolate.

Cuando subo, dos chicos se mean de risa a costa de la chica que antes se había quejado... No sé que le habían dado, pero no paraba de hablar, y luego dicen que yo hablo...

Busco mi asiento, y veo que no me han dado ventanilla, cachis... Además se sienta a mi lado un chaval enorme, que estuvo todo el tiempo hablando de su examen de derecho civil (no es que cotilleara, es que no paraba de hablar, otro igual).

Me pongo mi musiquita, y nada, a por el viaje a Granada. No me duermo, pero se me hace eterno, entre que sale tarde el bus, que no para de llover y que ya es de noche. Entre pueblo y pueblo, una bolita de chocolate, pero que ricas están...

Llegamos por fin a Granada, a las 10 y 10 de la noche, casi 45 minutos tarde. El cielo me recibe de la misma forma que me despidió Huelva, que me recibió y me despidió Córdoba, lloviendo de una forma increible. Parece como si todo lo que hubiese querido llorar durante el día y no había podido darle salida, lo hubiese llorado el cielo por mi.

Sólo espero que todo haya sido un sueño, y mañana, las cosas vuelvan a su sitio, porque al fin y al cabo, la esperanza es lo último que se pierde, ¿no?


1 comentario:

  1. Ya me contarás porque me he quedado con la duda...

    Besicos dudosos.

    ResponderEliminar